Colectivo Caja Rápida
Un punto de mínima resistencia / Particular
Cajas de cartón, madera, cuerda, laca en spray, instalación eléctrica, focos, bolsas de agua, publicación.
2008



Una inspiración que se volvió recurrente en nuestro proceso fueron algunas prácticas sociales de construcción que respondían a algunas ideas constantes en nuestro trabajo: improvisación, construcción, supervivencia y posición, por lo que podían servir como una estrategia en un campo como el de la escultura o la instalación. Un ejemplo de estas prácticas es, digamos, cuando un a puesto de tortas se le rompe una pata y es más sencillo y económico poner un ladrillo en vez de mandar soldar el fierro de nuevo, o cuando se rompe el vidrio del coche y se puede estar un tiempo con el vano lleno de cinta canela y hule cristal. Lo interesante de estas prácticas es cómo circula y se distribuye la energía. La circulación de energía en sistemas de supervivencia suele llevar casi completamente al desgaste, y por ende a un círculo vicioso de reparar y reparar las reparaciones (un ejemplo claro: poner una cubeta debajo de una gotera). Sin embargo, este desgaste no es necesariamente negativo. Cierto, no representa un manejo adecuado ni óptimo de energía, sin embargo, esta forma de operar permite observar dicha energía en plena circulación. Por ejemplo, uno puede reparar la ventana rota de un coche de la manera más ortodoxa y a prueba de fallas: llevarlo a un mecánico; en cuestión de horas o un par de días, será prácticamente imposible notar la operación de reparación. Sin embargo, cuando no se elige esta opción (por todas las razones posibles) se recurre a otras posibilidades de acuerdo a un conjunto de soluciones a la mano. Se puede decir que cuando se toma la opción más sencilla (mandarlo arreglar), se traza una línea que va de “urgencia” (se rompió la ventana) a “solución” (ventana reparada) y la energía corre esta línea recta que no contempla alteraciones ni sorpresas, y en esta línea la energía corre adecuadamente, sin desgaste y de manera rápida; pero cuando se decide responder con cualquier otra cosa (llenar de cinta, plástico, pegar los vidrios, utilizar algún tipo de sellador), esta línea se desvía y se empieza a ramificar y, con ello, la energía empieza a repartirse entre diversas posibilidades, desde pensarse cómo solucionar el problema, conseguir los materiales, llevar a cabo la operación, sobrellevar las posibles complicaciones de la tarea hasta llegar al final de la línea, el resultado. Visto así, este derroche no es un resultado negativo per se, sino una manifestación de un proceso alterno, y el poder ver la factura ‘incorrecta’, esta incomodidad de la solución, permite ver la energía en flujo. El uso correcto da resultados, pero la circulación de energía está tan regulada que es invisible. La avería es como un engrane detenido mientras el resto de la maquinaria sigue, la energía pasa por encima de él, pero no puede aprovecharla, pues no está construido eficientemente. Así, un elemento del sistema es rebasado por la energía que originalmente se encargaba de contener. Nos interesa trabajar con este tipo de circulación no neutral de energía. Pretendemos construir más como improvisados que como artistas.







Las viviendas de vagabundos improvisadas con cartón, ladrillos encontrados, pedazos de madera, plástico y demás materiales de desecho son un ejemplo de este tipo de circulación. Nos interesaban estas construcciones como estrategias de supervivencia y como un ejemplo de posición ante el entorno. Un punto importante a recalcar en estas viviendas precarias era cuando el usuario adopta el sitio no sólo como una necesidad sino como un espacio propio. Levantar un bunker en medio de la ciudad ya es un acto de apropiación notable, pero hay casos en los que se pueden ver momentos de personalidad y gusto particular, por ejemplo, cuando el vagabundo empieza a decorar su ‘casa’ con un florero, estampas religiosas, eróticas o deportivas. Por muy temporal que resulten estas casas, la decoración implica una necesidad de personalizar el espacio, casi de marcar el territorio no en una actitud defensiva (este espacio es mío y no me lo van a quitar), sino de afirmación (este espacio es mío porque lo habito yo, yo lo hice y me siento cómodo en él). Nos parecía que habíamos empezado a trabajar en un modo que intentaba asimilar dichas estrategias de construcción pero que en nuestro trabajo no estaba presente esta personalización, de hecho era algo que habíamos evitado siempre. Necesitábamos una especie de personalización neutra, que hablara más del acto de personalizar que de la persona que lo hace.







No obstante, hay una diferencia importante: al tiempo que son un ejemplo de estrategia de supervivencia e improvisación y constituyen una especie de resistencia al mundo, las casas de vagabundos representan un problema urbano y de seguridad social reales, están ahí. Nuestras piezas no son problemas del mundo real, no es una vivienda temporal de un vagabundo ni un gran proyecto nacional que se improvisa poco a poco con la mejor de las intenciones; intentamos trabajar con la estructura de estos problemas -de los cuales tenemos la misma información que cualquiera- para hacer que funcione como una estrategia artística, pero no existe la urgencia del problema real. Más que notar esto para cambiar nuestra línea de trabajo y elaborar una obra que interviniera directamente en la necesidad de la que habla (cosa en la que no creemos), queríamos tenerlo presente para reflexionar sobre el hecho de trabajar en una necesidad ficticia, qué implicaba el hecho de trabajar con una resistencia que no entra en el campo de la urgencia real. Qué implicaba sostener una posición real ante lo que nos rodea y cómo armarla cuando la urgencia es más bien teórica.







Elegimos una estructura de cuatro pilares unidos por vigas. Llegamos a este modelo por su sencillez, un cuadrado que delimita su espacio y está completamente abierto sin muros ni techo. Antes de llegar a los pilares pasamos por una estructura más de marco, que sobre todo daba la idea de una la entrada. La idea de entrar y salir se volvió importante. Tenía que existir la posibilidad de acceso pero no necesariamente invitar al espectador a que entrara. La sola petición al público a que haga algo en particular nos parecía demasiado. Fue así como llegamos a los letreros de ‘Entrada’ y ‘Salida’. Por fuera se leía Entrada por cualquiera de sus lados, por dentro, Salida. Era una especie de juego de instrucciones para desfasar la idea de un espacio al que se entra y uno del que se sale, para eliminar cualquier noción de utilidad (y quizá la característica principal de nuestra pieza era que hablaba de esta cierta inutilidad práctica). Sentimos que dar esta doble instrucción, que se anulaba a sí misma, funcionaba para hacer del espacio un sitio más anodino aún. A fin de cuentas, los letreros eran una especie de chiste, y esto ya implicaba una operación mental mínima.







Eventualmente resolvimos la personalización del espacio como solucionamos el de construcción: hacer y utilizar lo que cualquiera puede hacer y utilizar. Colocamos estampas porque nos parecía que era (como los cromos o posters) una de las maneras más inmediatas de personalizar algo, pero para quedarnos con la sola estructura de la estampa (para dejar sólo la necesidad de la estampa) las tapamos todas con spray negro; las bolsas de agua funcionaban como delimitadores de territorio, la instalación eléctrica para no depender de la iluminación ambiente y poder demarcar más el espacio de la pieza. Las leyendas que escribimos sobre la pieza pretendían funcionar como cualquier necesidad de rotular en el mundo real pero sin la necesidad en sí, sólo con la idea de necesidad. Utilizamos algunas frases que se suelen encontrar en cajas y que, al mismo tiempo, podían hablar de esta idea de energía y del material que usábamos. 

Un punto de mínima resistencia / particular es quizá nuestra pieza más heterodoxa y a la que más difícil nos fue llegar, pero creemos que también fue una especie de prueba de fuego que era necesario tomar. Al final del día hicimos una radiografía de nuestro proceso tratando de acentuar algunas cosas que ya estaban ahí.